¿Quién no se ha sentido mil veces como el coyote?
Ese coyote proletario, chusma obrera que no hace más que
procurarse el pan y la sal, persiguiendo a la siempre esquiva y pizpireta
burguesía, que sólo saber vivir gozando de los pequeños y grandes placeres de
la vida. Burguesía que no hace más que exhibirse, en forma de correcaminos, delante
del famélico proletariado, encarnado por el coyote. Ese coyote siempre
ingenioso, con más puñaladas que el hambre, ocurrente, sacrificado y leal a sus
principios. Un burro de carga que tira del carro donde los correcaminos gozan
de su festival diario a costa del sudor de los parias del mundo, de los coyotes
de la tierra.
Ya lo contó Herbert G. Wells en su novela Máquina del tiempo (1895): elois versus
morlocks, o Luis Buñuel con su película El
discreto encanto de la burguesía (1976). Pues fue Chuck Jones
el que sitúo este drama político-económico y social en el desierto, allá por
1949 en formato de dibujo animado. Algunos serios académicos hablan de una
inspiración en un libro de un tal Mark Twain... pues será, ¿Quién soy yo para
discutir a un académico?
Pero si con una referencia me he de quedar, es con un cuento
de Elia Barceló
(una de nuestras damas del fantástico patrio) y su espectacular “Metáfora del que corre por el desierto”
publicado en el fanzine BEM en
1994. No cuento más, por no desvelar más de lo que ya he hecho.
Yo, que me he sentido mil veces corriendo tras correcaminos,
siempre a punto de alcanzarlos y siempre escapándose de entre mis garras. Y como
está escrito, tras la fallida persecución: el batacazo final, el desastre, la
derrota. Un derrota magnificente y autoinflingida, pues sólo acaece cuando se
mira abajo, al suelo y se adivina lejos… pero duro y expectante. La gravedad,
que se acomodó para ver la morrocotuda caída, ejerce su terrible influjo y me
lleva al caos primigenio, a la desolación absoluta. La gravedad nos lleva a la
moraleja del cuento, esa donde la burguesía nos recuerda, coercitivamente pero
con la envoltura de dibujitos para niños, que la morralla proletaria debe
seguir siendo eso, morralla, que no debe aspirar a dejar de tirar del carro y
subirse a él. O zanahoria o palo, esa es la disyuntiva para los parias
encarnados en coyotes. Eso es correr en el desierto tras un correcaminos,
perseguir la zanahoria por siempre.
Me gustaría acabar siendo optimista, y cantar a los cuatro
vientos: ¡Hoy el coyote cazó al
correcaminos!
Hoy, pese a los relicarios y a los muchos panderetas comiendo risketos, tenemos
gobierno de izquierdas en esta santa balsa pétrea que diría Don José Saramago.
Hoy el coyote ganó. Pero ya sabéis que la alegría en casa del pobre dura poco,
seguramente porque no llegue a haber gobierno de izquierda, o porque finalmente
no sea un gobierno con políticas de izquierda pese a los nombres de los
partidos que lo forman. A la postre no dejará de ser; nada más que otro duro golpe
para un coyote.
Málaga a 25 de
noviembre de 2019
by PacoMan
ADENDA.
Ese mismo 20 de noviembre publiqué en Facebook esta entrada
y el buen amigo Xavier Mercer Piñol integrante del cuarteto responsable del
ezine Ad Astra de tan grato recuerdo comentó:
“… Lo siento, no veo la analogía entre el correcaminos y la
burguesía. Es evidente que el coyote somos todos nosotros, pero ¿y el
correcaminos? ¿Quién es el correcaminos? Tal vez nuestros sueños, la utopía,
necesaria, pero siempre inalcanzable y, aún así, después de cada batacazo nos
levantamos y volvemos a intentarlo. …”
A lo que contesté:
“… Molt de gust Xavi. Vale. Muy interesante tu apunte... y
acertado.
Tienes razón no es alguien, el correcaminos es nuestra
proyección, nuestro anhelo, como bien dices nuestro sueño de pertenencia a la
burguesía. Es una necesidad aspiracional. La primera vez que la conocí, como
fenómeno, fue por los excursionistas
del lujo: consumidores que por su nivel de renta, no pertenecen al nicho de
mercado para el que se diseñaron productos muy exclusivos, pero que sin embargo
los consumen muy esporádicamente. Eso desconcertó a los departamentos de
marketing por un tiempo. Pero no es más que anticipar el consumo y el
comportamiento esperado del grupo social al que se desea pertenecer, sin poder,
claro está. Y ahí está el drama del coyote. Este mismo razonamiento (forzándolo
un poquito, eso sí) explica porque algunos trabajadores cualificados se
comportan políticamente como si fueran burgueses de rancio abolengo. Y lo peor,
porque parte de la morralla obrera vota a la derecha: anhelan vivir como
burgueses sin serlo (ni lo serán nunca), pero los imitan en los aspectos que pueden
asumir como en el voto, para ir sintiéndose como ellos. Son excursionistas de
la burguesía. …”
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