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miércoles, 1 de agosto de 2018

COMANDO: CUANDO FUI SOLDADO.

Emblema de la EMMOE

Hoy tengo el placer de traer a mi maltratado blog un cuento de mi autoría que cumple 23 años. Desde Marzo de 1994 hasta Julio de 1995 escribí siete cuentos de ciencia ficción y nunca más he vuelto a escribir. Cuatro de ellos están publicados en la web ficcióncientífica (disponibles aquí buscando Pacoman) y restan dos inéditos. No los juzgaré, no sería objetivo, pero que dejará de escribir lo dice todo. Precisamente presento el último que escribí: Comando. Este cuento sufrió censura militar, modificaciones del maquetador y es el único escrito mío por el que me han pagado.

Mi carnet militar y el de mi padre



Realicé mi servicio militar obligatorio (vulgarmente conocido como mili) desde el 1 de Junio de 1995 hasta el 1 de Marzo de 1996 en el ejército de tierra en la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales (EMMOE) en Jaca, provincia de Huesca (Aragón) en la Región militar Pirenaica Oriental (que englobaba las tradicionales IV y V región militar. Las regiones militares desparecieron en 2002). Mi periodo de recluta duró un mes y la instrucción la padecí en el mismo cuartel. Tras jurar bandera, lo que me convirtió en soldado, me destinaron al arma de Infantería, infantería de Montaña encuadrado en la compañía de Servicios (APOPER) ejerciendo el oficio de Gastador (una suerte de ujier de plana mayor y conductor del Coronel (mayor mando del cuartel)) y llegué a obtener el empleo de cabo.

La EMMOE (Jaca)
Durante la mili pedí permiso (y me fue concedido) para acceder a las oficinas y poder usar un ordenador en los periodos sin actividad (por las tardes laborables y los fines de semana). Fue un tiempo provechoso realicé un paper de investigación: "Una nota al artículo de Oded Galor: "Time Preference and International Labor Migration"". Paper de Discussió 48.96 Universitat Autònoma de Barcelona. Como ser agradecido es de bien nacido en la primera página incluí este agradecimiento:

“…Estoy a su vez en deuda con de gratitud con la tropa, mandos y personal civil de la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales (Jaca) y especialmente a su director; Coronel de Infantería Manuel Lozano Labarga por su comprensión y amabilidad al facilitarme los medios técnicos para proseguir con mis investigaciones durante mi Servicio Militar Obligatorio. ..." 
Portada del paper que realicé durante la mili

También hice una reseña de un libro de la biblioteca del cuartel: Juez Dredd de Grahams Marks, un texto inclasificable a caballo entre el cuento y el ensayo Zippo culpable de todos los males (consultable en este enlace) y el cuento que nos ocupa. Los últimos tres textos fueron publicados en la revista mensual del cuartel: SALTAMONTES  que editaba el Serres (unidad dedicada al ocio del soldado). El sargento primero a cargo del servicio andaba como loco buscando contenidos para rellenar las 24 páginas mensuales de la revista y se lo ocurrió la feliz idea de premiar con 4 días de permiso las colaboraciones de la tropa que aceptase para su publicación. Ni que decir tiene que me puse inmediatamente al teclado para pergeñar este cuento: Comando.


Portada de la revista Saltamontes donde se publicó
El sargento primero le dio el visto bueno pero con la condición de que cambiara el escenario. He aquí la censura militar. El cuento se desarrollaba en tierras de la Ex –Yugoslavia durante el conflicto que requirió la intervención de contingentes militares (entre ellos el español) bajo el mandato de la ONU. El protagonista era un soldado español de operaciones especiales del destacamento de la ONU que se enfrenta a soldados serbio-bosnios. Dado que España era neutral en aquel conflicto, no era aceptable que una publicación para el entretenimiento de soldados españoles tomase partido. No lo dudé, cuatro días de permiso eran un sueño y lo modifiqué. En el número de Agosto de 1995 se publicó y yo disfruté de mi merecido permiso. La modificación del maquetador, la comentaré tras el cuento, para no destrozar su lectura.


Fue la primera colaboración de la revista Saltamontes, a partir de aquel momento los demás soldados y cabos se animaron, sobre todo cuando vieron que mi cuadrante de permisos había aumentado en cuatro días. Evidentemente seguí colaborando, ahí están los otros dos textos, pero el sargento primero me echo el brazo por encima y me dijo: “Gastador te doy las gracias, pero no te voy a dar 8 días más de permiso. Lo entiendes ¿no?”
Lo entendí (acaparar privilegios por un cabo ya de por si privilegiado por su oficio (Gastador de Coronel) no está bien visto ni por los mandos superiores, ni por la tropa, ni era inteligente por mi parte), sonreí y me fui con un: “- Si, mi primero”. Finalmente salieron publicados en el Saltamontes de Enero de 1996, cerca de mi licenciatura militar (la famosa blanca).
El servicio militar obligatorio se instaura en España en 1912 por el Ministro de Justicia y Gracia José Canaleja, poco antes de ser asesinado. Esta instauración obligaba a todos los varones a ingresar en el ejército. El tiempo del servicio militar dependía: si el mozo no pagaba nada al estado servía por 3 años, si pagaba 1.000 pesetas servía 2 años y si pagaba 2.000 pesetas servía únicamente un año. Cantidades que hay que comparar con el salario medio anual de un obrero era de 1.382 pesetas. Dado la facilidad con que España entraba en guerra, guerras que solía perder y porque antes de 1912 con el pago de una cantidad de dinero se evitaba completamente ser reclutado por el ejército; esta medida de Canaleja vino a solucionar el grave conflicto social que representaba las levas en exclusiva entre los jóvenes varones pobres, carne de cañón. No hay que olvidar que los trágicos acontecimientos de la Semana Trágica (1909) se producen cuando el presidente del gobierno Antonio Maura llama a filas a los reservistas para someter a los levantiscos rifeños en la zona de influencia española en Marruecos. Estos reservistas en su mayoría eran padres de familia y único sustento de sus familias, mientras que los que pagaron o pagaban el canon de los 6.000 reales (1.500 pesetas) no se incorporaban al ejército. Aquella semana en Barcelona acabó en tragedia pero fue el fin de Maura y el inicio del servicio militar obligatorio, tres años después.
El final lo viví. Fue el presidente José María Aznar el que en 1999 lo suspendió, desapareciendo definitivamente en 2001. Yo fui uno de los últimos soldados de reemplazo. Pero en honor a la verdad es el gobierno de Felipe González que tras expurgar la cúpula militar de “nostálgicos” (como llaman ahora los medios de comunicación de derechas a los franquistas), abandonó a su suerte la leva obligatoria, dando el rejón de muerte con su declaración: “Los objetores y los insumisos nos llevan a un callejón sin salida”. Y así entre la mayor de las indiferencias de la sociedad, excepto los jóvenes varones mayores de 18 años, desapareció.
No estoy a favor del servicio militar obligatorio, pero no estoy en contra. La obligación de la defensa del estado es una “ganancia” revolucionaria burguesa. La Convención Nacional francesa ordenó la primea leva en masa el 23 de Agoto de 1793:

“…Desde este momento, y hasta que todos los enemigos hayan sido expulsados del suelo de la República, todos los franceses están en permanente requisición para el servicio de las armas. Los hombres jóvenes deben luchar; los hombres casados deben forjar armas y transportar provisiones; las mujeres deben fabricar tiendas y ropas y deben servir en los hospitales; los niños deben trabajar el lino; los viejos deben ir a las plazas públicas para despertar el valor de los guerreros y predicar el odio hacia los reyes y la unidad de la República. …”

En España los valientes insumisos y en menor medidas los acomodaticios objetores impusieron su opinión y el ejército se profesionalizó. Luego estaban los cara-dura de toda la vida, que medraron para no hacer nada, es decir conseguir una plaza de objetor de conciencia sin destino, de las que existieron muchas para los “enchufados y amiguetes”. Algunos de aquellos son a los que más se les llena la boca de España y están dispuestos a que se derrame sangre (la de los demás, nunca la suya) en defensa de su concepto de españolidad.
En verdad, España no hizo más que sumarse a la ola de profesionalización de los ejércitos europeos, que dada la carestía de voluntarios nacionales, ha convertido los ejércitos europeos en ejércitos de mercenarios, donde gran parte de la tropa ni tan siquiera es europea de nacimiento. Despista sin embargo que países tan democráticos como los nórdicos sigan manteniendo el servicio militar obligatorio, aunque no necesite hacer reclutamientos por el alto número de voluntarios, excepto Finlandia que sí los hace y Suecia que lo acaba de reintroducir este año.
La derrota del ejército americano en Vietnam (en aquel momento con servicio militar obligatorio) en gran medida por la contestación interna, la caída del muro de Berlín y la desaparición de la URSS han acabado teniendo consecuencias inesperadas. Pero lo más sorprendente es que se privó del debate político-social del modelo de ejército que queremos para nuestra sociedad. No me gusta el ejército profesional que nuestros políticos nos endosaron por la puerta de atrás. Deseaban evitar posibles movimientos contestatarios a guerras, en las que ellos consideraran, que teníamos que entrar y posiblemente consideradas injustas por su población. Querían evitar más Semanas Trágicas, nuevas protestas en campus universitarios o películas como Hair (1979, Miloš Forman).

Aquarius de la película Hair, interpretada por Renn Woods

Que los países más civilizados del mundo mantengan el modelo republicano francés es una señal, eso sí contrarrestada por el hecho que los países menos democráticos del mundo también tienen servicios militares obligatorios. No es una cuestión fácil, pero esconder la cabeza como si fuéramos avestruces tampoco es muy inteligente. Innegablemente esta cuestión no es la primera, ni la más urgente sobre la que tomar conciencia. Pero en algún momento una sociedad equilibrada debe abordarla.  Vivimos en la falacia del estado de todos los derechos y ninguna obligación, lo merecemos todo a cambio de nada. Ojala nunca se nos despierte de este sueño de nuevo rico.

Ya ha llegado el tiempo del cuento. Esta es la versión original no censurada. La versión publicada en la revista Saltamontes adorna esta entrada como ilustraciones.

COMANDO


                Su traje mimetizado no era el más adecuado para el bosque otoñal donde se encontraba. Su misión estaba clara y el éxito era la única salida del valle bosnio. Se adentró entre los árboles con pasos sigilosos y aun así, el crujir de las hojas era audible a una veintena de pasos. Su primer enemigo apareció patrullando por el sendero, lo emboscó y le fue fácil degollarlo con su cuchillo. El cuerpo inerte del serbio-bosnio cayó al suelo tapizado de ocre hojarasca. El bosque lo acogió con el previo silencio de las grandes gestas. Se acercó sin más problemas al campamento enemigo. Un par de garitas lo franqueaban y una patrulla de soldados lo circundaba distraídamente. Sacó su arco, cargó una flecha explosiva y apuntó. El ulular de la saeta rompió el monótono sonido del campamento. La flor amarilla y roja de la explosión sumió en llamas la primera garita. Raudo descolgó una granada y la lanzó a la patrulla. Las voces y el crepitar de los subfusiles llenó el ambiente de ecos guerreros. Se desplazó rápido, la muerte se preparaba para la cosecha de vidas humanas. Sin más estruendo que la deflagración de una mina, el comando encontró su cuerpo disperso entre los árboles y la franja de bosque aserrada para cobijar el campamento enemigo.
                 Se encontraba frente al emplazamiento donde el enemigo tenía los cascos azules prisioneros. Su cara pintada y el brazalete lo identificaban como un soldado de la ONU de nacionalidad española. La garita de la derecha estaba destruida y la de la izquierda vacía. Ningún enemigo visible. Sabía que el espacio despejado de árboles estaba sembrado de minas. Se acercó cautelosamente sorteando las bombas agazapadas bajo el suelo. Atravesó la alambrada y se adentró en el cuartel enemigo. El plantón de la tienda de campaña estaba de espaldas, se aproximó a él y con un diestro tajo seccionó su tráquea. El serbio aflojó el cuerpo entre silbidos de sangre. Sacó su lanzallamas y lo apuntó a la puerta de la tienda. Las llamas devoraron la tela y los cuerpos dormidos de sus enemigos ardieron en dantescas escenas propias del averno. Se dirigió a la siguiente tienda, quemó la cara del primer soldado que apareció por ella. Los gritos de alarma pulularon a su alrededor. Descargó su lanzallamas a diestro y siniestro, mientras las balas enemigas lo envolvían. Se deshizo del depósito vacio y cogió su cetme. El crepitar de su arma llenó el suelo de enemigos caídos. Tres impactos simultáneos desgarraron su cara, su visión se nubló en rojo y su caída se vio compensada por varios proyectiles serbios que hicieron blanco en su cuerpo sin vida.
                 Sólo la bandera española junto al símbolo de la ONU daba color a su uniforme mimetizado. Estaba en el cuartel enemigo y varias tiendas habían ardido. Reptó hasta la estructura más sólida, al llegar a su base colocó una carga explosiva y se alejó gateando; aprestó su fusil y oprimió el mecanismo de detonación a distancia. Los restos humeantes del edificio y trozos de carne sanguinolenta cayeron a su alrededor. Se levantó y disparó contra la puerta de lona de la tienda más cercana; varios hipidos interrumpidos brotaron de las gargantas de los soldados serbios heridos mortalmente. Corrió hacia el único edificio de madera indemne, sólo allí podían estar sus camaradas prisioneros. El silbido de las balas le informó de la rápida reacción de sus enemigos. Devolvió el fuego con su arma, mientras corría zigzagueando. La fortuna y una certera puntería le permitió ganar el umbral del barracón. Con un ágil culatazo destrozó el candado que guardaba la puerta. Dos granadas de mano bastaron para detener el pelotón de soldados enemigos que se acercaban corriendo.
                —Compañeros, ¡salid rápido de ahí!
                Como si la voz del comando español hubiese sido la señal del fin del mundo, sobre la nave de madera se desató el infierno. Las llamas lo invadieron todo y las explosiones expulsaron los cuerpos mutilados de sus compañeros. La posterior lluvia de proyectiles acabó con su vida.
                                     *                             *                             *
                 —No empieces otra partida.
                El soldado miró al cabo del SERRES que le había hablado y con ambas manos se impulsó para alejar la silla del aparato de televisión.
                —¡Que pronto han pasado los cuarenta minutos!
                —¿Es el nuevo juego de guerra?— interpeló el soldado que acompañaba al cabo.
                —Sí— respondió, mientras se levantaba de la silla.
                —Pues no lo saques de la consola, que voy a jugar yo ahora.   




COMENTARIOS FINALES.

Es un cuento breve ajustado a la extensión recomendada en la petición de colaboraciones de la revista de la tropa del cuartel: Saltamontes. Pensé que una trepidante acción bélica, podría identificar a la tropa que lo leyera, hablamos de 1995, ni móviles, ni tonterías. Mucho tiempo y poco dinero era la tónica de los soldados de la mili obligatoria de una España, que salía de otra crisis económica, no sería hasta 1996 cuando se igualase el PIB de 1992.
La modificación del maquetador del cuento, es sencilla: se incluyó en el cuento. Aparece explícitamente, hablo del cabo Daniel del SERRES que incorporó su nombre. Nos tomamos unas cervezas brindado por su ocurrencia y por mi torpeza al no incluirlo inicialmente.

El mote. Firmé como F. Waxman por la tremenda costumbre que los reclutas tienen de poner mote a todos los demás. Y era lógico: con el pelo muy corto, con uniforme nuevo sin enseñas ni identificaciones (y mucho menos la galleta con el nombre, que si llevamos al convertirnos en soldados) es imposible reconocer a nadie entre 250 reclutas. Hay que admitir que el proceso de despersonalización está muy bien trabajado en el ejército. El mote es el recurso rápido para identificarse, mote que no abandonará al recluta durante toda la mili. Ante semejante eventualidad y temiéndome lo peor, me inventé mi propio mote: Waxman, wax que inglés significa cera y man es la primera silaba de mi apellido: Mancera. Y cuajó, al menos hasta que nos hicimos soldados, luego siempre fui el gastador o gastador del segundo reemplazo (2º/95) si había una posible confusión con el gastador de los otros reemplazos. Había cuatro reemplazos al año, al ser la mili de nueve meses sólo convivíamos tres.


El tiempo ha sido inmisericorde con el cuento. En su momento no era excesivamente original pero aún no estaba manido, 23 años después suena agotado, sin capacidad de sorpresa. Me inspiré en el videojuego Commando, un juego arcade del genero dispara y corre (run and gun) diseñado por Tokuro Fujiwara en 1985 y que Elite Systems desarrollo para la computadora doméstica Commodore 64, donde lo yo lo jugué.

Videjuego Comando que me sirvió de inspiración para el cuento.


El videojuego es una clara explotación del que parecía un seguro éxito comercial de la trepidante película de acción protagonizada por Arnold Schwarzenegger: Commando (1985, Mark L. Lester) y lo hubiera sido si Sylvester Stallone no hubiera protagonizado en el mismo año Rambo (Rambo: First Blood Part II, 1985, George P. Cosmatos) que eclipsó la película del bueno de Arnold. Aquellos inolvidables años ochentas cuando el cine de acción no se daba vergüenza a sí mismo.

Commando (1985)


by PacoMan

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